A veces la vida es muy clara sobre las cosas que no son para nosotros. Entonces hay que agradecer la advertencia, cambiar el rumbo y ser felices.
lf.
jueves, mayo 21, 2009
martes, mayo 12, 2009
Celos
No me viene en gana poner la otra mejilla, ni resignarme, ni ser dócil y no guardar resentimientos. Cuando niña había dos juegos que funcionaban a manera de un mágico diagnóstico de naturalezas: deslizar un dedo desde la nuca hasta la cintura por el centro de la espalda (¡ah! ¡Ese inesperado placer preludio de dulces noches y sorpresas!) y repasar con las uñas un cabello por lo largo. Si ante la imprevista caricia en la espalda uno se estremecía, o si el cabello se rizaba, entonces una era celosa. En mi caso, tanto la caricia, como un cabello de un metro de largo desvelaban que yo caía, ineludiblemente, en esa clase de personas. Yo lo negaba, aún muy niña, imponiendo razón a emoción, pensamiento a intuición, control sobre impulso, pero lo hacía sobretodo porque pensaba que ese rasgo era síntoma de muchos otros: debilidad de carácter, falta de caridad, y otras tantas cosas poco cristianas.
Los años me han enseñado, con un sentimiento puramente visceral, que ante ciertas miradas o gestos, frente a determinadas presencias o actos, no puedo sino sentir celos. Una sola vez esta emoción me ha hecho perder la compostura... luego aprendí a morderme la parte interna del labio, a caminar con cierta disimulada furia, y a dejar que la sensación en el estómago se difumine en las sábanas revueltas.
También he aprendido que celo no sólo a S., sino también a mi trabajo, a mis familiares y, cuando las tengo, a mis amistades, siento algo parecido por ciertas cosas, como las pinturas de la casa o los sitios que siento míos. Y no me da la gana poner la otra mejilla, ni resignarme, ni ser dócil y no guardar resentimientos. Me viene esta sensación en la cintura, y odio amando, resiento deseando, y soy pura y deliberadamente visceral...
que ofrezcan este último y desafortunado episodio por la salvación de mi alma, a mí me viene bien irme al infierno por quererlos, y por quererlos míos.
lf.
Los años me han enseñado, con un sentimiento puramente visceral, que ante ciertas miradas o gestos, frente a determinadas presencias o actos, no puedo sino sentir celos. Una sola vez esta emoción me ha hecho perder la compostura... luego aprendí a morderme la parte interna del labio, a caminar con cierta disimulada furia, y a dejar que la sensación en el estómago se difumine en las sábanas revueltas.
También he aprendido que celo no sólo a S., sino también a mi trabajo, a mis familiares y, cuando las tengo, a mis amistades, siento algo parecido por ciertas cosas, como las pinturas de la casa o los sitios que siento míos. Y no me da la gana poner la otra mejilla, ni resignarme, ni ser dócil y no guardar resentimientos. Me viene esta sensación en la cintura, y odio amando, resiento deseando, y soy pura y deliberadamente visceral...
que ofrezcan este último y desafortunado episodio por la salvación de mi alma, a mí me viene bien irme al infierno por quererlos, y por quererlos míos.
lf.
lunes, mayo 11, 2009
Elefante
Anoche, otra vez, el sueño interrumpido. La lluvia que no llegaba se quería meter por las ventanas y mi cuerpo sediento aguardaba, atento, su llegada. Desespero me dominó y me levanté por fin a las 2am. Bebí dos vasos gordos de agua y medio caballito de mezcal moreliano. Caminé por la casa a oscuras, sopesando los tonos de las luces y las sombras en los cuartos dormidos. Después de un rato encendí la luz y leí sobre el elefante que viaja de Lisboa a Valladolid. Cuando volví a la cama el elefante ya no era el del libro: mi elefante había descubierto la textura de la duela contra sus patas y las arrastraba feliz alrededor de la cama. Cuando se cansó por fin, metió la trompa en los cajones y estuvo sopesando por el olor los tejidos, su origen y sus viajes. Cuando me quedé dormida el elefante había descubierto los pasteles de óleo y los desordenaba por tamaño. Esta mañana encontré pintado en la pared un enjambre de colores. Menos mal que dejó evidencia de su visita, me temía una mañana cargada de realidad. lf.
sábado, mayo 09, 2009
Heat
Durante la tarde el sol pega contra el vidrio como si quisiera fundirlo. La luz se agolpa sobre los muebles: roe el algodón blanco de los sillones, chupa de la madera su última humedad. Los amantes duermen desnudos en la habitación más oscura. El sol no llega a la punta de sus pies, pero el calor hace de su sueño un desierto, la piel curtida, los ojos llorosos, la boca un pozo de arena que busca otro pozo de arena. Los dedos extendidos, el reconocimiento de una sal que no es propia y que alimenta, un calor que funde a otro calor para que no se perpetúe la tarde. Cae el sol y los amantes salen. Ahora se puede soñar sin desierto.
jueves, mayo 07, 2009
060509
Hace calor. Esperamos hasta la media noche para apagar las luces y dejarnos caer sobre el colchón. Vuelta y vuelta los pliegues de las sábanas zurcan nuestros cuerpos desnudos. Los ecos del día se estrellan contra mi frente. Un zumbido nos empuja a levantarnos. Leemos. Comemos. Bebemos. Vuelvo sola al intento del sueño. Hace calor. Odio el zurco diminuto entre mi cuerpo y su ausencia. Me muerdo los labios. No sé si estoy dormida.
miércoles, mayo 06, 2009
Y ríe.
Estamos por volver, por abrir una ventana o levantar las sábanas y, volver. Me pongo el anillo de madera, esa raíz negra que me devuelve a la tierra o se enrosca en los nervios de mi lengua. Te observo dormir. Anoche descubriste la risa en la parte curva de mi espalda. Tenemos un par de lunares nuevos y el descanso garantizado sólo en nuestra cama. Hay aquí algo que me devuelve a mi juventud, a las ganas de todo recostadas sobre mis palmas, a una especie de olvido que me retoma el andar. Estamos por volver, como la tierra fina que se mete bajo las puertas y se ríe de nuestro sueño. Y ríe.
lunes, mayo 04, 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)