miércoles, febrero 18, 2009

trabajo y sol irrumpiendo en las palabras

Preparo mi curso fervorosamente: reviso bibliografía -fotocopias borrosas e inmundas y escaneados luminosos o nuevos artículos en internet- tecleo incansable, produzco los cuadros de las presentaciones uno tras otro como si fueran cartas de una baraja. A ratos me carcomen los nervios, y le pido a S. un cigarro y muevo las manos y los ojos nerviosamente. Normalmente esto disminuye con el trabajo, con ver que la planeación del curso avanza, pero luego llego a este punto muerto en el que estoy cansada y ya no rijo y nada tiene sentido.
No he escrito sobre la sorpresa que ha sido el calor de México. Es febrero y el sol de mediodía es luminoso, fuerte, abraszador. Dormimos ya con la ventana de la sala abierta, y justo en ese rato de día recién amanecido y de día moribundo, cuando el sol se insinúa y el aire frío y caliente se mezcla, todo se inunda de una sensación antigua: un saber "Esta es mi casa, a este sitio pertenece mi cuerpo, este es mi aliento". Nunca sentí algo así en España, pero tampoco sabía que esa sensación existía hasta que me fuí y volví. Uno de estos días va a llover por fin, y tendremos mangos grandes y jugosos escurriéndonos por la comisura de los labios al cuello, y reiremos como cuando éramos pequeños. lf.

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