viernes, diciembre 22, 2006

Diario de viaje



Miércoles 13 de diciembre de 2006
Madrid-Atenas, una hora de retraso.
Atenas-Thessaloniki, una hora de retraso.
Hora de llegada 9:30 pm.
El taxi nos lleva por una montaña que parece internarse en el bosque: es a propósito. Somos turistas y nos lleva para apreciar la vista de la ciudad y el mar, pero no huele mar, no se oye mar, todo está tan quieto. Bajamos por una colina y ya se ven los pequeños cafés y restaurantes, todo muy cuidado, todo con luces navideñas de un solo color. Una nueva voz, M., se entretiene tejiendo palabras de recuerdos y deseos, de acciones presentes, de juicios y esperanzas. Llegamos al hotel. Estoy agotada pero debemos conocer a las "autoridades". Cenamos con ella en una taberna donde el griego suena alegre en la música y en las bocas. La comida es deliciosa y la compañía agradable, pero estoy muy cansada y triste. Regresamos a la habitación, M. acomoda sus cosas, yo quiero derrumbarme. Viajar sin S. me provoca una tristeza inesperada, todo parece incompleto. El mar no huele a mar, y calla. lf.

Jueves 14 de diciembre de 2006, Thessaloniki
Día claro. Breve guía por las ruinas de la ciudad. Luego una caminata en busca del origen de la música. Encuentro refugio de mi soledad, en la soledad, y bebo té en una terraza que da hacia la vida. Me sorprende la humedad del aire, la tranquilidad de la gente al caminar por las calles, la proximidad fonética entre griego y el español. Llega la hora de clase. Doy en una hora y cuarto lo que debía durar 2. ¡Joder! Eso me arruina el resto del día. Tengo que preparar más material, ser cuidadosa y no dejarles ver a esos 30 pares de ojos griegos, que su mirada me aterroriza. lf.

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