martes, enero 06, 2009

Resquicios de las fiestas

Y los reyes me trajeron una hermosa rata corredora, una mañana soleada y una rosca superdeliciosa de la casita del pan. También me trajeron la promesa de ir a MUAC pero eso está por verse... Este año me volví a quedar con ganas de que alguien me regalara una canasta, pero por lo menos tuve un modesto aguinaldo...miro mi mesa caótica pero ordenada, el montón de métodos de inglés para donar y las botas de fieltro gordas de dulces. Se acabaron ya los tópers con recalentado (¿por qué siempre hay alguien que invariablemente regala tópers llenos o vacíos?), ya no hay más regalos ni papeles relucientes, ni ponche hirviendo en la cocina. Sólo nos quedan las botas de fieltro atascadas de aguinaldos. Me interno en la mía -que he resguardado celosamente de S. quien se apropió de todos los aguinaldos que pudo en casa de mi madre- y en tanto saco un paletón envuelto en aluminio azul, regreso 20 años a la tiendita de mi tía Pili, que estaba a la entrada de la casa de mis abuelos. El diminuto local tenía de todo: desde detergente Roma y jabón Zote pasando por latas de atún y de chiles en vinagre por el refrigerador con queso, leche y crema, refresco zuba sin gas, chaparritas y chelas variadas, hasta las más ansiadas golosinas de mi infancia: trianguilitos de boing, frituras enchiladas, duvalines, panqués de la niña verde, popotes llenos de chochitos, balones rellenos de rompope y paletas enchiladas. Mis padres no solían comprarme dulces, así que las visitas a mis abuelos eran la escapada perfecta para calmar mi deseo de comida chatarra. Al llegar, mi tía, con cintura de avispa pero brazos tan fuertes como de un luchador forjados a base de cargar tanta caja de refresco, me daba un abrazo fuerte y casi doloroso. Yo lo aguantaba mientras me jalaba los cachetes y me chuleaba las trenzas con una sonrisa porque sabía que a partir de entonces mi estancia tendría una mecenas de golosinas. Para cuando llegaba a los brazos de mis abuelos ya llevaba mis papitas adobadas y andaba en busca de la Salsa San Luis. Luego llegaban mis primos y jugábamos a las escondidas en una casa tan chiquita y tan llena que era imposible esconderse; y cuando nos hartábamos nos tumbábamos a ver la televisión, que estaba sobre el refrigerador, y que siempre pasaba películas de Pedro Infante o del Santo. Y entonces me jalaban las trenzas y me llamaban "la Tusita" y peléabamos hasta que mi abuela nos llamaba para comer tacos de queso fresco y aguacate. Por la noche, ella, con su voz quedita y su sonrisa tímida, sacaba colchonetas y cobijas de los rincones, y nos peléabamos por ver quién ganaba el lugar bajo la mesa, y nos llegaba el sueño con los grillos que chirriaban junto a la pila, mientras nosotros nos sonábamos la medalla entre los dientes para que no se nos subiera el muerto, porque esa casa estaba construída sobre campo santo. Y dormíamos dulce y largamente en la casa de los abuelos, con los bolsillos llenos de dulces, con un paletón de aluminio azul entre los dedos y un muerto queriéndo comérselo... y esos son los resquicios de las fiestas: montones de aguinaldos repletos de recuerdos, y esta paleta de mango cubierta de chile que está bien buena. lf.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bu!