viernes, octubre 05, 2007

Alicia al acecho


A veces, las cosas, ciertos textos, algunos personajes, insisten. La primera vez ocurren y pueden o no llamar nuestra atención, puede parecer que su existencia es normal, que era su momento y luego sencillamente pasar. La segunda vez sin embargo suelen venir con un séquito discreto de asombro y uno ya no tiene la certeza de si esas cosas suceden y regresan a nosotros por vida propia, o si somos nosotros quienes las buscamos.

Nunca ví la película de Alicia en el País de las Maravillas de Disney, al menos nunca completa. Entre los libros enviados por mis abuelos estadounidenses para cada cumpleaños, ella aparecía en alguna antología, en referencias versificadas, en versiones simplificadas. La leí por primera vez en el primer año de universidad y en español. No me pareció que fuese un libro para niños. Me dio miedo. Luego en los talleres y conversaciones con los amigos Alicia fue adquiriendo textura de leyenda hasta que la frontera entre lo que se decía de ella y lo que yo había leído se borró. Dejó de ser la Alicia del libro y pasó a ser la Alicia de mis amigos poetas y filósofos, la musa menor de edad que daba sentido y explicación a todos sus discursos. Nunca la olvidé porque Alicia es de esas mujeres que no se olvidan, pero dejó de importarme, al menos hasta hace un par de semanas que entré a una librería (haciendo caso omiso a nuestro estado de quiebra) y vi el libro, quieto y fino entre otras ediciones comentadas, explicadas, desmenuzadas hasta el más mínimo detalle. Este ejemplar en cambio era sencillamente él: la historia y punto por sólo tres euros y medio, en inglés, con las ilustraciones originales, con el discurso del ratón en río perdedizo al margen de la página.

Lo traje a casa. Descansó junto con Pálido Fuego y Názim Hikmet en la pila de libros que han inhabilitado el uso estereo, hasta hace un rato... cada año en este pueblo hacen una feria medieval. Hay puestos de todo: artesanías, joyería, comida y especias de todo tipo, una sección con jaulas y animales de granja, y otra hoy descubierta, con aves de caza. Para atraer a la gente para que vea los búhos, halcones y demás, un hombre camina por ahí y deja un águila en el techo de cualquier puesto, luego se aleja y la llama. El águila lo miraba atenta, nosotros la mirábamos a ella, él la llamó y ella dio un par de fuertes alazos y se deslizó a escasos centímetros de mi cabeza. Seguro que ella se divierte cuando todos nos agachamos en un reflejo por salvar nuestras orejas de sus garras. Entonces volvió ella con su recuerdo. Más bien el conejo con su chaleco y su reloj ¿por qué no se preocupaba por aves predadoras en vez de preocuparse por llegar tarde? Claro, porque era un conejo con chaleco y reloj.

Cenamos, regresamos a casa. Vuelta al trabajo ¡vuelta! y pongo un álbum al azar. Va bien mi base de datos (ya acabé con las tablas), establezco diferencias en los campos, tengo claro qué información tengo que importar y cómo, hasta que su voz ronca y juguetona rompe a gritos "¡Kommienezuspadt!" una y otra vez. Era la primera vez que oía la canción pero lo tuve claro: el conejo corre y grita y anda... acabo por rendirme, dejo la base de datos y saco el libro. Leo los primeros versos, necesito leerlo en voz alta, oírlos resonar en la habitación como un conjuro:

Imperious Prima flashes forth
Her edict 'to beguin it'-
In gentler tone Secunda hopes
'There will be nonsense in it!'-
While Tertia interrupts the tale
'Not more than once a minute'.

Y entonces río. Alicia está al acecho con su absurdo bajo el brazo. Será un regalo del otoño. Sin embargo me niego a ponerme un vestido azul, acaso algún chaleco para bailar. lf.

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