lunes, diciembre 01, 2008

30 de noviembre de 2008

Moreno y de sonrisa generosa, sus juegos me daban siempre la bienvenida al pueblo. Cuando las fiestas familiares eran en su casa había mucho refresco y niños gritando, y aunque teníamos prohibido escondernos en el parral, él se hacía el que no me veía entre las hojas. Me regaló montones de pulseras de latón, de esas por las que era famoso el pueblo, y un espejo dorado, y muñequitas de trapo. Y no le importaba que su hija se pusiera celosa de mí y de mis muñecas tintineantes. No lo ví al regreso de España, ni a su mujer, ni a sus hijos. Ni podré volverlo a ver. Descansa, querido tío Rafa. Yo te guardo en mi memoria, siempre con la sonrisa generosa. lf.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hasta manana a tu piel
y a lo que guarda