miércoles, marzo 04, 2009

Pesadillas encuestas

Van a dar las cuatro de la tarde. Estoy sumida en el centro de cómputo con los audífonos puestos, una bolsa verde que me recuerda a la Salamandra y un gran morral negro recargado contra las piernas. No puedo evitar pensar en que dentro suyo está la causa de mis nuevas malas noches y continuas pesadillas. Ese morral, con todo y el estampado de Rayuela blanca contiene cientos de encuestas para mi nuevo proyecto. Gracias a eso me estoy convirtiendo en una nómada de salones: subo y bajo las escaleras para tocar puertas, interrumpir clases y pedirles a los alumnos que escriban. Ellos no lo saben, pero escriben para mí: de pronto sus letras llenan todo mi tiempo; los ratos que espero sentada en la barda de piedra a que S. venga por mi, los minutos robados a la planeación de clases, las tardes y las noches en el sillón blanco. Y luego también el sueño. Desde que empecé a recoger información duermo fatal: sueño que edito las encuestas, que entrevisto a los chicos, que discuto los parámetros de la investigación con los colegas. Hasta ahí no me importa: no pasa de que sienta que mientras dormía hice un montón de trabajo que Sandman se lleva risueño bajo las sábanas. El problema viene después: cuando todo eso se vuelve un calor nefasto, y sueño que tengo que ir al hospital para que me operen y me quiten medio intestino, o que mi tío muere, o que cientos de rostros difusos se me abalanzan con las bocas abiertas. Veo la Rayuela del bolso y me convenzo de que sólo estoy dando el brinco, de que pronto mis neuronas dejarán de ver con una combinación de fascinación y terror la torre de papel que crece del lado derecho del escritorio para sustituir la ansiedad por un poco de serenidad o paciencia. Afuera hace un sol brillante. Supongo que lo que me lleva de encuesta en encuesta, es que ese mismo sol, aparece también allí.

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