sábado, mayo 06, 2006

rostros

Marguerite Duras escribe en las primeras páginas de "El Amante" cómo su rostro cambió de pronto, cómo envejeció de golpe, como sucedió... Los rostros son una cosa extraña, una máscara impuesta que juega a revelar o a ocultar nuestro origen, nuestros sentimientos, nuestras intenciones. Desde que dejé de vivir en la casa de mis padres cargo conmigo una foto de antaño que tiene como fondo los volcanes de Puebla: estamos en ella mi padre con su copete blanco despeinado por el viento y con una sombra sobre la mirada del ojo derecho que sólo quien lo ha visto en persona podrá interpretar, su sonrisa sin embargo es plena: el marinero está contento; delante de él y tomada por la cintura está mi madre, un gorro tejido y unos lentes oscuros enormes le ocultan la mirada, sin embargo se alcanzan a ver dos sombras en forma de arco que la revelan risueña, sí, la sonrisa, está feliz. Frente a ella y con sus manos sobre mis hombros estoy yo. Tendría cinco años, llevo un gorro rojo y un copete rubio, porque entonces era rubia. Tengo cara de desconcertada, estoy viendo otra cosa, al lado derecho de la cámara, no sé que estamos tomándonos una foto y a pesar del gordo abrigo adivino que tengo frío. Siempre que alguien viene a mi casa, aquí en Guanajuato en el D.F. da igual, siempre dicen "¡Pero estás igualita!" Yo me justifico diciendo que sí, que son los cachetes que no me dejan cambiar de personalidad. Llevo 27 años con este rostro y hasta ahora, que lo veo cada vez más ojeroso, me identifico un poco con él. No suelen gustarme mis fotos, pero hace años S. me tomó una al despertar: estoy despeinada y con cara de dormida pero soy inmensamente feliz. No sé si mi rostro ha cambiado, pero sé que con los años la expresión de esa foto dormida y alegre es cada vez más frecuente. Es un raro privilegio este de poder mudar de una alegría a otra, de un sueño a otro, de reconocerse así en el propio rostro.lf.

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