miércoles, octubre 25, 2006

Diario de viaje: jueves 19 de octubre de 2006


Nos subimos al tren desvelados y un poco maltrechos. Al cabo de un par de horas, después de atravesar paisajes de pino y roca, llegamos a Zamora. Siguiendo nuestro ya conocido método de salir de la estación y perdernos, llegamos a la zona comercial del centro de la ciudad: edificios altos estilo Art Nouveau, balcones y de pronto edificios de piedra muy antiguos. Finalmente llegamos a un mirador que nos recibió con el viento húmedo y la vista del Duero. Desde ahí vimos la Fundación Rei Alfonso Enriques, donde tuvieron la gentileza de hospedarnos, así que puestos a la marcha cruzamos otro río que, por tener barandales muy bajos, seguro que aumentó nuestro carisma heróico. La arquitectura de la Fundación sorprende porque, parte monasterio antiquísimo de piedra, parte cristal y acero enrojecido, transmite una sensación de equilibrio y tranquilidad poco usuales en esas mezclas. Una vez instalados e instruidos sobre el lugar de la bienvenida y la cena, cruzamos de nuevo el Duero para conocer la zona antigua que aloja la catedral, múltiples plazas arboladas, y calles estrechas de piedra amarilla que huelen a pan de aniz y a feos, un dulce tradicional de almendra parecido al turrón.
La bienvenida y la cena transcurrieron entre rostros más nuevos que familiares, algunos amigables, otros indiferentes, alguno más que de inicio hostil y provocador nos puso a prueba, como rito de iniciación, con preguntas un poco maliciosas pero no mal intensionadas. Nos sacó a flote la sinceridad y la risa y, entonces no lo supimos, pero esa noche inició una amistad gentilmente aleccionadora que esperamos continúe.

De regreso a la Fundación el río guiñaba reflejos ámbares.lf.

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