domingo, octubre 08, 2006

Domingo de feria

Afuera hay 27 grados. Enormes grupos de gente que han llegado en tren, familias de españoles calvos, mujeres rubias, niños furiosos que siguen siendo conducidos en carreola a pesar de tener más de 3 años, adolescentes con aretes en las orejas, cejas, labios y ombligos (y móvil -celular- en la mano), caminan afuera de mi balcón hacia el centro de la ciudad. Allí recorrerán difícil y lentamente los puestos de la feria medieval que ofrece todo tipo de mercancías: joyería de fantasía, madera, cristal o plata; bolsos, zapatos y cinturones de piel; dulces, pan, queso y chorizo; juguetes, fragancias, hierbas y tés. La gente se deja salir a la calle, se une a esa multitud de paso lento y doloroso, mira y compra, no se cansa de los gritos, es uno más de ese cuerpo hecho de tantos cuerpos, de ese movimiento, de ese olvidarse de sí. Es domingo 8 de octubre, son las 7:49 de la tarde y afuera hace una temperatura de 25 grados. Hoy por la mañana, cuando la feria estaba a penas despertando, la Salamandra, (que tuvo a bien alegrarme este fin de semana con su presencia) se detuvo en un puesto de pashminas. Fue el tacto el que me delató: los dedos de la hija de la modista recorrieron una hilera de pañoletas de colores. Las yemas se detuvieron en una aperlada y suave. Luego una lágrima frenada con un parpadeo. Ese habría sido el regalo para mi abuela este año. La multitud camina hacia la feria. Esta noche, iluminada por una bombilla amarilla, la pañoleta espera a su nueva dueña. Este invierno cubrirá los hombros de otra abuela que sea española y que no se cubrirá la cabeza con ella como habría hecho mi abuela, se enrollará en el cuello claro de una adolescente que detesta el invierno y que busca desesperada en su bolso el móvil o un cigarrillo, un niño pequeño la sacará del cajón de su madre sólo por el placer de su tacto... son las 8 con cinco de la noche, los murciélagos cazan cena fresca entre los árboles de esta esquina, y ya no sé qué temperatura hay. lf.

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