jueves, octubre 26, 2006

Diario de viaje: viernes 20 de octubre de 2006


Exceptuando a los estudiantes portugueses (sospecho que más motivados por conocer una ciudad de la frontera que por las conferencias), en el simposio todos éramos declaradas ratas de biblioteca: gente dedicada a los libros, a la búsqueda y lectura de escrituras que nos revelan al mundo con los ojos de otros. Reformulo el adjetivo: éramos todos ratas de texto, porque S. y yo, por lo menos, leemos ya bastante más en casa, ya sea con los libros de préstamo o con textos en formato electrónico. Las ratas nos miramos ya con más familiaridad, con más curiosidad que sospecha y uno a uno nos sentamos en el banquillo de los acusados y hablamos sobre aquello que estudiamos o que nos gusta. Entre las ratas de texto pueden distinguirse personalidades varias: aquellas que gustan de hacer gala de su conocimiento y/o rango y que hablan con lenguaje rimbombante; las tímidas que frente al público adquieren una seguridad inusitada; y el caso contrario de los seguros y parlanchines que ante los ojos atentos del público bajan los ojos y la voz; finalmente, están aquellos que tras años de experiencia, con los ojos llenos de vida pero rodeados de arrugas, no necesitan más de un papel que sirva de guía a su confencia. Estos ponentes se han hecho viejos investigando y el conocimiento que han adquirido es tan grande que ellos mismos se han vuelto humildes, poseen una lucidez tan carente de vanidad que se convierten en verdaderos portadores y comunicadores del saber. A ésta última clase pertenece Philippe Lejeunne, quien lleva una vida dedicada a la lectura y análisis de la autobiografía, el diario y otras formas de escritura (pueden ver algo de su trabajo en autopacte). Por eso, verlo y escucharlo fue doblemente gratificante.

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