domingo, febrero 17, 2008

Vecino anónimo, in memoriam

Anoche fue una noche terrible. No lo sabíamos mientras dábamos vueltas en la cama, ni cuando descalzos nos levantamos a beber agua envueltos por oscuridad asfixiante, pero entonces él, en el edificio de enfrente, masticaba con su dentadura postiza un insomnio tan añejado que sabía a bruma de aburrimiento. Quizá por eso sucedió así, de pronto, en la madrugada, justo después de que un grupo de chicas pisara las baldosas de la calle con sus manuelinas rojas y su risa de almendra. Se le antojó un cigarrillo, se echó encima la bata y, sin importar los cero grados de antes del alba, salió a la terraza. Se recargó contra el balcón y se entretuvo un rato viendo cómo el tabaco se estremecía ante el doble impulso del fuego y la helada, y al ver tantas líneas en sus manos imaginó que no era más que un papelillo que el tiempo había estrujado y que ahora dejaba libre para que el viento jugara con él. Entonces pasó: el cigarrillo se le escapó de las manos y en un reflejo cultivado en la pobreza estiró su cuerpo enjuto y viejo para alcanzarlo. Mientras caía se sintió ligero y feliz pero al llegar descubrió que estaba muy lejos de su cigarrillo. Observó cerca de una farola un par de estrellas brillantísimas y se sintió abrazado por el doble impulso de las baldosas heladas y de su sangre en libertad. Vimos su cuerpo cubierto con una colcha amarilla, sus pantuflas a diez centímetros de sus pies. Lo recogieron pasadas las doce, y la una y media la barredora aspiró su cigarrillo y todo rastro de su cuerpo. lf.

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