sábado, julio 19, 2008

De encuentros y despedidas


Jueves, 17 de julio de 2008
D.F.

Cuando llegó la hora de marcharnos, las despedidas nos parecieron inciertas. Bebimos cerveza o café en compañía de los amigos, y aunque nos abrazáramos o incurriéramos en la debilidad de alguna lágrima, las despedidas no anidaron en nosotros como definitivas. S. lo escribió en un correo: algo de sus ojos habita en nuestra mirada y si bien el regreso a México está repleto de experiencias propias nuevas y resucitadas, a menudo nos sorprendemos pensando en que a tal o cual amigo le llamaría la atención alguna cosa que para nosotros es normal.

Aquí, en esta, nuestra antigua casa, ha habido en cambio una despedida definitiva. Fuimos recibidos con sus antiguos ronroneos y durmió su última noche, como antaño, en nuestra cama. Me gusta imaginar un cielo felino, pensar que nos esperaba para despedirse, que fue feliz.

Después de eso todos los reencuentros han visto multiplicada su cualidad de milagro: reconocer en los de nuestra sangre antiguas formas y descubrir nuevos gestos; caer otra vez las rutinas de amor y falso desprecio con mi hermano adoptivo; ver a los antiguos amigos un poco alejados de nosotros e inmersos en realidades que todavía nos son ajenas.

Me parece como si todos hablaran con una melodía que, aunque ausente de mis labios, sigue siendo mía, que la cadencia de algunas cosas es un secreto a voces de lo que constituye al mundo, como la lluvia y el trueno que afuera de mi ventana insisten en pintar la noche de gris y el amanecer de un verde que se siente en los pulmones. Las luces del Ajusco brillan a lo lejos como la promesa de una mañana brillante y hermosa. lf.

No hay comentarios.: