martes, julio 18, 2006

Mexico o la embriaguez de los sentidos.



Sé que lo he dicho antes, pero es que no sé de qué otra manera expresarlo con pocas palabras: estar en México es, por lo menos, como estar embriagado. Llegamos a media noche al aeropuerto de Toluca (que es un desastre), nos recibió un olor a tierra mojada y un aire húmedo que daba gusto respirar. De camino a casa vimos las sombras oscuras de los árboles que de tan frondosos tapan las señalizaciones de las vías y a partir de entonces todo ha sido asombro: por la mañana redescubrimos esa luz brillante que le otorga a los colores una intensidad palpitante . En el desayuno las texturas olores y sabores de las frutas más deliciosas, para deleite de Alkemene: papaya roja, mango, piña, tunas y guayabas. Para los paisanos: una quesadilla de huitlacoche con aguacate y salsa bien picosa acompañada de un boing de fresa o tamarindo. El paisaje de camino a Puebla es de un verde sin tregua coronado por el Popocateptl y el Iztaciuatl (los volcanes) nevados. El cielo es tan azul que los ojos duelen. La vida crece y se desborda en cualquier rincón. Volver a casa es entrar en un estado permanente de admiración por la belleza. Para muestra basta un botón: la foto de hoy, tomada desde el techo de la casa de los padres de S., es de un amanecer cualquiera. Adoro mis vacaciones. lf.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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