domingo, febrero 18, 2007

Enfermedades y bestias


Este fin de semana, a causa de una gripa horrorosa, S. y yo nos perdimos el carnaval del pueblo, el enterramiento de la sardina, una fiesta de disfraces (el plan era ir de Bonnie & Clyde), una cena de cumpleaños y el desayuno andaluz en el Jamaica. La tercera vez que fui a la farmacia me preguntaron cuántos enfermos había en casa y yo reí con cara de "¿No me ve? Yo valgo por cinco" y luego regresé a casa para repartirnos entre S. y yo una de paracetamol, una de antibiótico, una de paracetamol, una de antibiótico... No se malinterpreten estas letras, que no es una queja: las enfermedades traen también sus bendiciones. En este caso las obras nos perdonaron no sólo el domingo, sino también el sábado, de manera que pasamos dos días bien acurrucados en la cama, consolándonos dolores, riéndo simplezas, pasándonos botellas de agua. Fue en uno de estos ratos que recordé la primera vez que supe que ya no podría vivir sin S: era joven y vivía en casa de mis padres, algo me cayó fatal y pasé la noche encerrada en el baño, pero no desperté a mi madre para que me hiciera tesito ni para que me acompañara en la enfermedad. Ya de madrugada, tumbada en el tapete, llena de escalofríos y completamente débil, comprendí el motivo: ya no deseaba los cuidados de mi madre, sino los de S., incluso si eso implicaba que él me viera en un estado tan deplorable. Estaba dispuesta a ponerme en sus manos completamente vulnerable, desnuda de vanidad, piltrafa de vida deseando amar hasta el último momento. Sí: la enfermedad trae momentos de lucidez donde las naturalezas se revelan. En fin. La bestia es antigua y hermosa: tiene como dos semanas de vida, si espero a que crezca más, ya no cabe en el blog.lf.

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