viernes, abril 13, 2007

Sota de Espadas


A pesar de todos los esfuerzos de mis maestros de carrera, tan profundamente teóricos, enamoradamente medievalistas, y enternos admiradores del Siglo de Oro, yo he sido siempre una lectora más bien del siglo XX (enamorada de letras argentino-parisinas) y sólo en épocas recientes he descubierto el refinado placer de la antigua literatura oriental. A pesar de todo ello, la obra cuyos preceptos, oraciones e imágenes vienen a mi en medio de la vida, no es Rayuela, ni son los cuentos de Borges, ni los poemas de mi amada Pizarnik. A mi mente vuelve siempre Galaor de Hugo Hiriart, y cuando eso sucede suelo sentirme como su personaje central al inicio de la novela: joven, perdida, y sin puñetera idea de qué estoy haciendo (aunque aparente que sí).

A lo largo de los últimos meses S. y yo hemos cultivado una preciada amistad frente a la cual hemos defendido la legitimidad de los diarios, de su lectura y de su supervivencia. Muchos cafés y vinos han ido y venido acompañados de la consideración de las circunstancias que pueden rodear la creación, lectura y conservación de un diario, y al final parece que toda esa cafeína y alcohol han producido en nuestra querida amistad, por lo menos, curiosidad. Empezó confesando el terrible crimen de haber leído a escondidas el diario de su hermana y algunas cartas de un casero ausente, luego se compró los diarios de Kafka y sospecho que desea los de Pizarnik. La semana pasada ha dicho en media tienda de chinos, como si no tuviera importancia, que tenía que comprarse una libreta porque había iniciado su diario. Aquello ha causado en mí tal efecto, que ayer fui con S. a una selecta tienda a buscar una libreta que cumpla con tales efectos. La escogimos como si fuera para nosotros, como si fueran nuestras manos las que recorrerían sus tapas y los secretos de sus páginas, pedí que la envolvieran para regalo y ahora descansa en el sillón de junto, esperando a que su dueño la reclame.

En las primeras páginas de Galaor nace una princesa y en su bautizo jóvenes hadas le otorgan dones desmesurados que marcan su destino. Más adelante, Sota de Espadas, la más grande de las hadas, les recrimina haber realizado actos cuyas consecuecias no comprendían cabalmente. A lo largo de la novela Galaor se enfrentará a esta verdad y la irá comprobando y comprendiendo lentamente, como quien se mira cada mañana al espejo y a los cien años acaba por fin reconociéndose a sí mismo. Miro de reojo el regalo que yace bajo los libros en el sillón y me pregunto qué tipo de consecuencias tendrá este acto... qué palabras llenarán sus páginas, si serán leídas y por quién, si hemos al final trastocado algún destino, y si será bueno. lf.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Well... for us there is only the trying, the rest is not of our business.
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