lunes, marzo 17, 2008

Diario de viaje, Lisboa 14/03/08


Cerramos la puerta del piso. Volamos. Escapamos. De pronto estamos ya en Lisboa, sin noche de tren intermedio ni desayuno a lo largo del río. La Plaza del Rossío ondula sus aguas falsas y reales, la gente bebe, a plena luz del día, un caballito de ginginha, la luz sigue siendo ese sueño luminoso que temía haber idealizado. Llegamos a la misma pensión, y nos sentimos en casa. La Pastelaria Nacional nos recibe también con un plato de lujo: una especie de molde que tiene una capa inferior de papas asadas (con todo y cáscara), otra capa de cebolla y ajo, todo coronado con el mejor bacalao del mundo. La tarde pasa rápidamente, sabe a sal y humedad, nos duerme el arrullo de la gente que sale del teatro y pasa por las puertas de Santo Antão. lf.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ah, las olas de Lisboa. Como las extranho.