domingo, agosto 03, 2008

Madrugada

Anoche, unos amigos muy queridos nos hicieron una fiesta de bienvenida. A pesar de que S. sigue enfermo y no tenía ni un hilo de voz, nos internamos en la noche para atravesar la ciudad y desquitar tantos años de lejanía. Bebimos tequila -con fines puramente medicinales-, y nos dejamos llevar por conversaciones con gente a la que extrañamos mucho, con amistades recién hechas pero bien enraizadas, y también con rostros nuevos y amables. Como S. no podía hablar, yo hacía por leerle la mente y los gestos y contar un poco desde ambas perspectivas... la noche se nos hizo madrugada y no sé si será por pasar del tequila al vino tinto y finalmente a la cerveza, pero al final de la noche, a pesar de no haber desvelado ningún secreto (ni que tuviéramos muchos) ni haber cometido excesivas imprudencias, me quedé con una sensación de pudor. Me sentí como una niña de 12 años que de pronto se siente vista. Ese es el precio de cuatro años con las emociones y los sueños adaptados a la expresividad europea, cuando de pronto y sin saber muy bien cómo, uno vuelve a la dinámica abierta de la convivencia mexicana...

Y nos subimos al coche pasadas las 3 de la mañana y C. con sus manos nerviosas y sus cabellos dorados, sacó de su bolso Musofobia, para mí. Y ahí, en medio de la noche, ese libro juntó los años fuera y la vuelta, y la madrugada se volvió sonrisa.

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