miércoles, mayo 16, 2007

Dry Beauties o la Multiplicación de las Musas

No sé nada de él más que por los correos en los que nos invita a talleres dados por arqueólogos que llevan también su apellido. No creo que me lea. Temo a su resentimiento casi como temía (y temo) que tallereara mis textos. Pero los sueños son generosos y el universo freudiano nos reunió a él, a mí, a Random Access Rat (aunque casi no se conocieran), a Apeiron y Mieke, e indiscutiblemente a Kaliman y Mareaenvela, en un desayuno donde escribir era tan fácil como beber café o mirarse a los ojos. No se me tome a mal la referencia a las rubias, recuerden que esto es surrealista y freudiano:

Dry Beauties o la Multiplicación de las Musas

"Ai don min to sei enitin" dijo con esa boca diminuta, de labios finísimos y tan brillantes que parecería que de morderlos supurarían labial rojo y no sangre. Se llevó la tacita de té a los labios dejando la marca previsible y continúo "Jis comin". Otra, de labios idénticos, nos entregó, uno por uno, lo que nos correspondía. Nos miramos los unos a los otros sin saber muy bien qué decir, aguantando la risa de quien se halla en un sueño surrealista. Así que también nos llevamos las tazas de café a los labios, que no eran rojos, bebiendo sorbos grandes y ruidosos, tragos calientes llenando la boca, precipitándose por las frías gargantas, calentando una pancita helada y en ayunas.

"Wan eni siugar?" dijo empujando con su mano perfectamente manicurada una azucarera de vidrio transparente que bien podría haber sido una esfera de árbol de navidad. Todos meneamos la cabeza para decir que no, que nos gusta el café solo, negro y fuerte, que si no no se despierta la gente. Sus ojos azules bordeados por una línea digna del más célebre calígrafo fueron de un rostro a otro mientras su mano seguía empujando con pequeños golpes la azucarera. "Siugar, siugar" continúo diciendo mientras los ojos perdían serenidad y amenazaban con derretir la línea perfecta de sus párpados. Pensé en aceptar cuando la azucarera, que ya había acumulado fuerza a base de golpecitos constantes, cedió sobre sí misma rodando por la mesa, dejando en ella una línea de azúcar idéntica a la de sus párpados. Temimos la tragedia, los aletargados rizos de la rubia en el sillón y tras la barra, temblaban mientras hacía un gesto por contener los espasmos de su cuerpo.
"Sí, muchas gracias" le dije mientras cogía una cucharilla y me servía azúcar de la mesa. Entonces sonrió, se recargó en el respaldo y cruzando las piernas sacó de su chaqueta una cigarrera. "Smouk?" dijo alargando la mano. Todos aceptamos. Sacó un elegante encededor metálico y encendió su cigarrillo, luego se recargó sobre su lado derecho logrando que su escote enseñara medio pecho aplastado ofreciéndole, sin quitarse de los labios, el fuego de su cigarrillo al de al lado. Éste dudó un momento, se puso el cigarrillo en la boca y lo pegó contra el de la rubia hasta robarle el fuego. Todos encendimos así nuestro tabaco. Ella parecía complacida con la fraternidad recién creada, y como la conversación era a todas luces imposible, empezó a tararear una canción. Supusimos que también estaba en otra lengua porque no la reconocimos.
Bebí mi café azucarado a tragos grandes y ruidosos, a ella ya no parecía importarle, y estaba por terminármelo cuando él llegó, con esos lentes atigrados y la sonrisa pícara. Nos dimos besos y abrazos que se parecían a los del pasado. Nos acomodamos de nuevo en los sillones, y él ordenó que nos trajeran jarras y jarras de café. Otra rubia, idéntica, las puso sobre la mesa. Pensé en pedir que me cambiara la taza para volver al café negro, fuerte y aromático para despertar, pero a ella, sentada en el sillón, le rellenaron su tacita de porcelana con más té, levantó la vista para mirarme y no pude sino llenar mi cucharilla con más azúcar de la mesa. Sentía que oír el ruido de la cucharilla sobre la madera de la mesa era uno de los pocos placeres genuinos de su existencia. "Bueno, ya conocen a mi Gala -dijo él abrazándola sentada a su lado y de pie al otro- le gusta hablar inglés" "Y beber té azucarado" dije yo. Y entonces las dos rubias repartieron cigarrillos y los encendimos como antes, y desayunamos humo y cafeína como en los viejos tiempos de taller de poesía mientras las rubias nacían y se multiplicaban con las palabras que salían de sus labios y traían más jarras de café, más cigarrillos y libros vacíos para llenar con letrillas latentes. lf. 160507

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