domingo, enero 13, 2008

Intermitente


Empezó a fallar ayer por la mañana. S. se trepó a una silla, quitó el armatoste de plástico que la cubre y, tratando de vislumbrar el mecanismo, le tocó un extremo que la volvió en sí. Creíamos que se había recuperado pero al poco volvió a parpadear: con medio tubo enegrecido, la otra mitad intenta que intenta, incesante e inutilmente encender. S. volvió a darle golpecitos para ver si revivía, pero no sirvió de nada. Cocinamos neutralizando su parpadeo luminoso al medio día y por la noche, y hoy de nuevo la hemos acompañado e ignorado a la vez, como se hace, casi siempre sin querer, con los enfermos. Mientras intentaba hacer la cena -y digo intentaba porque el pan se nos hizo duro otra vez, las tortillas de harina (peor es nada) se nos olvidaron afuera del refri y olían a yogurt y las opciones decrecían ante la vista de la alacena- decía que intentaba hacer la cena, impaciente, con los párpados forzándome una sombra, pensando constantemente en que ojalá se fundiera ya, que se fundiera pronto y de una vez por todas, hasta que sentí vergüenza. "Mi lámpara está muriendo y yo la odio" pensé, y luego me aguanté las ganas de llorar, porque es ridículo soltar una lágrima por un foco que todavía ni siquiera acaba de fundirse, porque nuestra vida está llena de cosas que acaban en la basura, porque uno no puede sufrir por todo lo que, supuestamente animado o inanimado, muere.
Desde entonces, no he vuelto a entrar a la cocina. lf.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En que estaran convertidos mis viejos zapatos?

A donde fueron a dar tantas hojas de un arbol?