martes, julio 24, 2007

Verano

En España, a medida que el verano avanza y los grados suben, la vida se sumerge lentamente en una atmósfera que sabe a sueño detenido. Las calles del pueblo se van vaciando, el número de motocicletas con su ruido infernal también disminuye, las señoras de más de cincuenta años se ponen faldas de flores y sentadas en el bar agitan vigorosamente abanicos de todos colores, las jóvenes se ponen tirantes, faldas diminutas, chanclas con las que es imposible caminar y andan por ahí con un cigarro o una paleta en la boca, jugando a ser irresistibles. Los perros sufren un jadeo insoportable, los murciélagos se ocultan, el bar de enfrente cierra por vacaciones. Al final nos quedaremos los chinos de la esquina y nosotros, solos en el pueblo. Soledad de verano de tesis... la última semana me he negado a ella. Con paciencia de joyero que hace filigrana me he dedicado a inventar y pulir un pequeño regalo, de volver de alguna manera a aquello que me ganó la visita imprevista de un joven en jeans raídos con un Inventario o una Rayuela bajo el brazo. El resultado, a pesar de mis esfuerzos, es un cachito de metal escupido por la tierra y dulcemente pulido con mis manos: una pepita de cobre con sabor a verano. lf.

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