martes, julio 31, 2007

Diario de verano: Salamandrina lingüística

Hoy el día ha estado lleno de sorpresas: primero volvió el trabajo extra-tesístico, luego me ví contagiándole a una amiga las necias y caras pasiones por los cómics y las tintas de dibujo, y al final del día, huyendo del calor de los 40ºs ví por primera vez dos salamandrinas cortejándose en la terraza de un bar. Hablábamos de las traducciones de baladas húngaras, de la obsesión por corregir los textos y de las costumbres de socialización mexicanas cuando le preguntamos a un buen amigo por qué los españoles no saben estar en su casa "¿Para qué?" -respondió él- "si hay tanto que ver en el mundo. ¡Mira ahí, ahí hay dos salamandrinas persiguiéndose bajo la farola!" y la observación no era metafórica. "Son dos lagartijas" dije, "Que no, que son salamandrinas" y entonces nos acercamos a ver los animalitos: dos lagartijas güeras con grandes ojos negros y dedos redonditos.

Pedimos otra chela y seguimos hablando de cosas varias hasta que caí, como hago últimamente, en esa disertación en la que afirmo que la investigación lingüística se encuentra en una fase descriptiva, en la que los avances de la lingüística cognitiva, sopesados con la psicolingüística y comparados con la aplicada no dan resultados contundentes: se nos sigue escapando la esencia de la producción del lenguaje, de su comprensión y continua recreación, y si algo llegamos a vislumbrar será acaso la punta de una uña de la patita izquierda de la salamandra lingüística. Lo nuestro es observar, preguntar (o al revés) y proponer respuestas, siempre sin certeza.

Entonces el Jimmy preguntó "¿Pero te gusta más la literatura que lo que haces?" Y tuve un momento de flaqueza, porque la literatura es por sí misma de una belleza arrebatadora, pero la lingüística me regala siempre sorpresas que dan por lo menos la ilusión del orden y el conocimiento. Imaginen a la Blu sentada frente a su mac leyendo una nómina de léxico disponible, específicamente el centro "Profesiones y oficios". Aquello empieza con una lista bastante previsible maestro, abogado, doctor y se va alargando gerente, secretaria y retejiendo en una homogeneidad somnífera estudiante, camarero, cuando de pronto aparece vagabundo ¿Vagabundo? ¿Ser vagabundo puede considerarse una profesión u oficio? y luego más, espectador, mentor, prisionero... y de pronto sonrío con la idea: la asociación ha escapado a "profesiones y oficios" para hablar de la "condición humana". En el primero uno elige como parte de su destino ser panadero, técnico, electricista, en el segundo el destino impone espectador, prisionero, enfermo. Y en esos momentos, en los que creo atisbar un movimiento del pensamiento en los que me parece ver en el lenguaje las condiciones más primigenias de la humanidad, soy inmensamente feliz, como si poseyera un secreto de poderes inmensurables, como si acabara de revivir la elegía diez de Stanescu, y la entendiera. Entonces tengo que admitirlo: sí, a veces la lingüística me gusta más que la literatura.

Suspiro profunda y acaloradamente en la media noche madrileña, lo que no le he dicho a Jimmy es que la mayoría de los lingüístas me tirarían a loca (lo que es cierto) y que seguramente descartarían estas interpretaciones del corpus como "poco fundamentadas", y que además detrás de esas ilusiones de conocimiento hay un chingo y medio de curro, mientras que para leer a Stanescu he necesitado sólo un golpe de destino que me llevara a la mesa en la que descansaba su libro en medio de un antiguo pueblo feudal español. De pronto la literatura y la lingüística son para mí como esas dos salamandrinas en la terraza, una persiguiendo a la otra entre las luces y sombras de la noche para acabar juntas en la madrugada, acurrucadas en la misma madriguera. lf

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