viernes, abril 14, 2006

200106 El Djem


Siempre fui pésima para las clases de historia y geografía. Me aprendía los datos y tenía una idea vaga de los eventos pero me era difícil comprender su significado ... en realidad toda la historia me resultaba menos creíble que la ficción. En Túnez, el primer día de tour, la primera parada fue el anfiteatro del Djem, el más grande de África y, según dicen, en mejores condiciones que el de Roma. El autobús, después de pasar por cientos de campos repletos de olivos y nopaleras, llegó a un pequeño pueblo de casas sencillas, de una o dos plantas, y de pronto, contra el cielo azul del horizonte, aparecieron los arcos anaranjados del anfiteatro. Es tan grande que, de estar completamente restaurado, podría alojar a muchas más personas que la población de la ciudad. Lo que queda es suficiente para que la imaginación complete los espacios vacíos. El Djem tiene la magestad del desierto, empezando por su color, seguido por su tamaño y coronado por las ambiciones que representaba. Sus pasillos son un laberinto de luz, el palco de honor ciertamente hace que uno se sienta en posición de ser contemplado y de ejercer autoridad, y estar en medio de la arena, imaginando el anfiteatro lleno, da miedo. Aún así lo que más me impresionó fue bajar a las mazmorras: la única luz que nos alumbraba era la de unos diminutos tragaluces desde los cuales se podía apreciar las gradas sobre la arena. Imaginé como verían los gladiadores a la gente del pueblo, sedienta de sangre ajena, sus gritos, su euforia. Imaginé los ruidos de las fieras, la adrenalina, el calor en pleno verano. Imaginé qué se sentiría saber que al salir de esa oscuridad el juego sería la propia vida, en todos los sentidos. Nuevamente la historia me pareció menos creíble que la ficción. Quedé embriagada de imaginación, arrastré las yemas de los dedos por las paredes anaranjadas, lo ví desaparecer en el horizonte contra el cielo azul. lf
19:51

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