viernes, abril 14, 2006

d.c.o.


26 diciembre
d.c.o.
A menudo me pregunto si esa premisa budista de no desear nada de verdad lleva a la paz o a la felicidad, o si por otro lado el cuento de la lechera sale al revés y consigue todo lo que desea... ¿al final qué es la vida sin deseo? He pasado el último mes planeando varias cosas: una comida de cumpleaños, regalos, tarjetas, cena navideña para recordar, noches hermosas, té para dos. Todo ha resultado bien e incluso las sorpresas e imprevistos han sido favorables. El deseo sin embargo no se marcha; aletargado por la alegría, el placer, por la vida misma, se oculta como el gato que busca el momento propicio para lanzar un zarpazo. Sigo deseándolo todo: los ojos marrones que junto a la luz de la ventana se tornan en una alegría ilusoriamente verde, los afectos que habitan al otro lado del mar, la traducción perfecta en su recreación, el cómic revelador, el sueño de texturas que al amancer me inquieta, la sorpresa del desierto, el té para dos. Pienso cuidadosamente con la intención de escudriñar la que fui poco después de niña y la que soy ahora: el deseo siempre ha estado ahí, la diferencia es que ahora sé que el deseo cumplido siempre resultará distinto a lo imaginado, y que eso vale la pena.lf.
22:56

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