viernes, abril 14, 2006

220106 Matmata


Había despertado en medio de la montaña. Sus ojos no alcanzaban a ver ser vivo alguno. Todo, a esa hora del amanecer, era silencio. Intentó levantarse como lo hacen los animales heridos: con miedo en los ojos, con súplica en el bramido, y luego su cabeza dio un golpe seco sobre la tierra. Se quedó así un rato: de lado, oliendo ese monte quieto, callado. Finalmente enfocó la vista en la sombra de una piedra diminuta, en la negra elipse que se incrustaba en la tierra. Intentó tocarla con un dedo, asirla con las uñas, con las yemas, con las manos que fueron escarbando para encontrar su escondite abajo, abajo, siempre más abajo. Esa noche durmió en el hoyo que había escarbado durante el día, esa noche tuvo la sensación de que estaría seguro. Al día siguiente escarbó un poco más, y esa noche también llegó el descanso a su cuerpo. Hizo aquello durante varios días más y así logró aquel hombre tener sol, sombra y sueño. Finalmente, cuando estaba convencido de que no lo encontrarían, hizo para su casa un hoyo al lado de la montaña y pintó dos manos y un pez para espantar al mal que lo había perseguido hasta aquel, el paraje más insólito.lf
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